Hoy, 20 de noviembre se cumplen 84 años de la muerte del histórico anarquista Buenaventura Durruti.
Durruti (León, 1896-Madrid, 1936), ya era casi una leyenda en 1931. Por entonces, una pluma nada sospechosa de simpatía hacia el anarquismo como la de Ilya Ehremburg, escribía sobre él: «Era un obrero metalúrgico que había luchado en las barricadas. Luego, ha asaltado bancos, arrojado bombas y ha secuestrado jueces. Antes había sido condenado a muerte tres veces: en España, en Chile, en Argentina. Ha pasado por innumerables cárceles y ha sido expulsado de ocho países. Ningún escritor se propondría narrar la historia de su vida: ésta se parece demasiado a una novela de aventuras».
Su padre, un obrero socialista que tuvo ocho hijos, de los cuales Buenaventura fue el segundo, lo llevó siendo todavía muy joven a trabajar como aprendiz de mecánico con Melchor Martínez, un socialista destacado en su ciudad natal.
Buen mecánico y buen sindicalista
Éste le aseguró que haría del muchacho tanto un buen mecánico como un buen socialista. En 1912, Durruti ingresó en la UGT, pero no tardaría en sentirse incómodo ante la moderación de la socialdemocracia. Después de abandonar el taller, trabajó como montador de lavaderos de carbón y pronto se vio envuelto en la lucha de unos mineros que pugnaban por expulsar a un ingeniero antiobrero. Entre todos lograron echarlo.
Durante la huelga general de 1917, Durruti desplegó una intensa actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías de los trenes lo que conllevó el despido de la empresa, así como a ser buscado por la guardia civil que lo tenía fichado. También fue expulsado por su radicalismo, de la UGT.
Después de ingresar de la CNT, Durruti huyó a Francia, para volver a efectuar diferentes misiones de agitación hasta que fue detenido por la guardia civil y trasladado a San Sebastián, sometido a un Consejo de Guerra y encarcelado, pero logró evadirse. En 1920 se encuentra en Barcelona. Por aquella época organiza el grupo llamado «los justicieros», cuyo terreno de acción se repartía entre Aragón y Guipúzcoa.
Objetivo: ejecutar a Alfonso XIII.
Una de las misiones que se plantearon fue la ejecución de Alfonso XIII que debía de asistir a la inauguración del Gran Kursaal de San Sebastián, pero el intento fracasó por una denuncia. En 1921 se haya en Andalucía trabajando en una campaña de afiliación anarquista. El 9 de marzo, un día después del asesinato de Eduardo Dato, fue detenido en Madrid, pero logró engañar a la policía y escapar a Barcelona; se ignora su grado de participación en el atentado.
Con el mismo grupo que se llamará también «Crisol» organiza una respuesta a la violencia gangsteril de la patronal catalana. En esta pequeña guerra civil de clases, el grupo se cohesiona con militantes que serán futuros cuadros cenetistas: Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Miguel García Vivancos, Ricardo Sanz, etc. El acto más célebre perpetrado por el grupo será el atentado contra el prefranquista Cardenal-arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, que según Pío Baroja «conferenciaba en Reus con los jefes de la patronal de Barcelona y les daba consejos para atacar a la organización sindicalista obrera».
Atraco al Banco de España
Otro acto espectacular fue el atraco a mano armada del Banco de España de Gijón, Durruti logró huir y días más tarde liberaba a Ascaso que se encontraba en prisión. Con éste se marcha a Francia, donde ambos organizaron con otros anarquistas «La Editorial Anarquista Internacional». Poco antes de concluir 1924, los dos embarcaron hacia Latinoamérica.
Sus actividades revolucionarias llenas de audacia les llevaron a Cuba, donde ejecutaron a un patrón particularmente odiado, luego a México, Uruguay, Chile, Perú, Argentina. En una ocasión, necesitados de seis millones de pesetas para conseguir la libertad de 126 anarquistas, inician una serie de asaltos a casas bancarias que comienza en España, con el Banco de Cataluña, siguen en México y luego por los países del Pacifico, asientan sus bases en Chile, donde obtuvieron un buen botín, llegan a la Argentina, donde asaltan el Banco de San Martin, cruzan el Río de la Plata, llegan a Montevideo donde realizan otros asaltos con éxito.
En sus actuaciones siempre había un trasfondo idealista y antiburgués, su violencia nunca fue gratuita. De regreso a Europa, al poco tiempo se encontraban en París donde conoció a Mackno, que le causó una honda impresión. De nuevo tratan inútilmente de asesinar a Alfonso XIII. Fueron detenidos por la policía francesa y una multitud de gobiernos, empezando naturalmente por el de Primo de Rivera, exigieron su extradición. No obstante, una importante campaña de solidaridad lo impidió, y en 1927 consiguió un indulto. Durruti ya tiene una compañera fija, Emilienne Morin, que no le abandonará nunca y con la que tendrá una hija.
Siempre rechazó los cargos
Durruti se afilió a la FAI y se convirtió en su militante de base -siempre rechazó los cargos- más conocidos. En los primeros años de la II República, fue uno de los inspiradores de la línea llamada de la «gimnasia revolucionaria» que lo llevaron a actuar en diversas insurrecciones locales en Cataluña hasta que fue detenido por los acontecimientos revolucionarios del Alto Llobregat y deportado a Guinea llamada española, pero no fueron la luego aceptados por el gobernador y se quedaron en Fuerteventura (Canarias). Fue liberado inmediatamente, y se dedicó a preparar una insurrección para principios de 1933, cuyo acto más conocido sería el de Casas Viejas. El fracaso hizo mella en su ánimo, consideró que «las condiciones no estaban maduras», aunque «también es cierto que estamos atravesando un período revolucionario y no podemos permitir a la burguesía que domine la situación haciéndose fuerte desde el Estado».
Su finalidad no era una revolución encabezada «por una minoría que después impondrá su dictadura al pueblo», y ve «el sistema capitalista y estatal, herido de muerte tras el levantamiento de los mineros del Alto Llobregat». Continua sus actividades hasta que es nuevamente detenido cuando formaba parte del Comité Nacional Revolucionario que preparaba un alzamiento ajeno a la Huelga General que preparó la Alianza Obrera contra el gobierno radical-cedista. Liberado en víspera de las jornadas de julio de 1936 aboga por la unidad revolucionaria contra el fascismo.
La legendaria "Columna Durruti"
Durante estas jornadas, Durruti fue uno de los que animan la ocupación del cuartel de Atarazanas, y es también uno de los del petit comité que se niega a asumir las responsabilidades de un poder revolucionario y apoya la entrega de las riendas del gobierno catalán de Companys, contra el que había luchado en tantas ocasiones. Forma parte del Comité Central de las Milicias Antifascistas y crea la legendaria «Columna Durruti» al frente de la cual asume tareas militares marchando hacia el Frente de Aragón, y más tarde, al más trascendental de Madrid. Allí se distingue por su arrojo hasta que muere en condiciones dudosas.
Su muerte, un enigma
Su muerte es uno de los grandes enigmas de la guerra civil. Las hipótesis van desde el torpe accidente hasta un atentado estalinista, pasando por una traición dentro de sus propias filas. En este cuadro se inserta una polémica sobre la naturaleza de sus posiciones políticas. Para unos, Durruti se había plegado a las posiciones de la dirección de la CNT-FAI y había proclamado que había que renunciar a todo -la revolución¾ menos a la a victoria -militar-; mientras que para otros, que se apoyan en sus declaraciones al periodista Van Passen del Star, de Toronto.
En estas, Durruti sigue fiel a sus posiciones habituales, se pronuncia radicalmente desconfiado de la ayuda exterior -potencias democráticas, URSS- y del propio gobierno republicano «que podría necesitar estas fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento de los trabajadores». Preconiza la revolución y afirma: «...Somos nosotros los que hemos construido estos palacios y estas ciudades aquí en España y en América y en todas partes. Nosotros, los trabajadores, podemos construir otras en su lugar y mejores. No nos asustan las ruinas. Vamos a heredar la tierra, no nos cabe la menor duda. Que la burguesía haga trizas y arruine su propio mundo antes de abandonar la escena de la Historia. Nosotros llevamos un mundo en nuestros corazones. Ese mundo está creciendo en estos instantes».
Su entierro, celebrado en Barcelona, reunió a una impresionante multitud y sirvió para adoptarlo como héroe de la República. Su leyenda de gigante ha ido creciendo como una bola de nieve.
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