En 1876, Piotr Kropotkin protagoniza una escandalosa fuga penitenciaria del imperio zarista. El anarquista ruso, nacido en el seno de una familia aristocrática, marchaba rumbo a Europa para iniciar un largo exilio que duraría cuarenta años. En ese período, su nombre, su obra y sus propuestas pronto se convirtieron en un referente indispensable para las miles de oprimidas y damnificadas por el autoritarismo y el nuevo capitalismo. El geógrafo revolucionario desmenuzó las estructuras y métodos que utilizaban las llamadas democracias parlamentarias para perpetuar un sistema, cuyos resultados eran —a simple vista— más que mejorables. Kropotkin, que había vivido la autocracia y las cárceles desde dentro planteó, a lo largo de su obra, un modelo radicalmente distinto, en el que el diálogo con la naturaleza, el apoyo mutuo y la autogestión eran sus signos más representativos. El anciano anarquista volvió a Rusia en 1917 en pleno proceso revolucionario, allí trató como pudo de buscar un sitio desde el que mostrar sus propuestas. La defensa del federalismo, el cooperativismo y la autonomía le llevaron a enfrentarse contra quienes consideraron que la revolución se podía dirigir desde arriba. Su muerte en 1921 representó la última gran manifestación pública del anarquismo ruso y una fuerte represión contra quienes pretendían aplicar el anarcocomunismo en pleno desarrollo estatista. Ahora, cien años después repasamos su vida, su obra y la vigencia de sus propuestas políticas para el presente y para las generaciones venideras.
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